Benigno Di Tullio es considerado uno de los mayores exponentes de la escuela italiana
de criminología, fue un notable molisano, nacido el 4 de abril de 1896 en Forli del
Sannio, y fallecido en Roma en 1979. Médico psiquiatra, criminólogo de la cárcel de
Regina Coeli en Roma, discípulo de Cesare Lombroso, se ocupó particularmente de la
prevención de la delincuencia y de la reinserción social de los delincuentes. En el año
1959 funda la Sociedad Italiana de Criminología. También discípulo de Pende, enlaza
con el positivismo italiano, pero su postura está también distante de lo que fue su
escuela en su aparición; así, sí cree en la existencia de una predisposición al delito, de
una constitución delincuencial, predisponente pero no fatalmente determinante, reafirma
la fuerza de la voluntad para corregir el propio carácter, el contraimpulso de la bondad
frente al impulso al delito, la influencia del sentimiento religioso en la rectificación de
la personalidad para la reinserción social, etc., que objetiva la doctrina liberada ya de las
viejas y esterilizantes discusiones
Fue autor de varios tratados y publicaciones científicas, entre los cuales se pueden
destacar: La Endocrinología y la Constitución Morfológica en la Antropología Criminal
(1923), Antropología Criminal (1963), Principios de Criminología Clínica y Psiquiatría
Forense (1966), Medicina pedagógica correctiva para la reeducación de los menores de
conducta anormal, extraviados y delincuentes (1950), Conducta Humana y
Criminogénesis, La constitución del delincuente en la etiología y tratamiento del delito,
El Progreso de la Criminología en el Sistema Penitenciario Francés (1954), entre otros.
Se afirma corrientemente que la Criminología como ciencia nace al publicarse, en 1876,
la obra de Cesare Lombroso titulada «El delincuente en relación con la Antropología
Criminal», que inaugura una visión biológica y fuertemente determinista del
comportamiento criminal. La posición «Antropológico criminal» que dirige Lombroso
crea el concepto de «Delincuente nato» que supondría un 35% a 40% de la criminalidad
visible y en sus otros tipos -delincuente por pasión, delincuente loco, incluso
delincuente por ocasión- existiría una fuerte carga endógena, anormal, que transforma los problemas económicos, sociales y emocionales simplemente en reveladores de una
personalidad predispuesta al delito por causas anátomo-fisiológico-psíquicas.
Otros autores estiman que la primera base científica de la Criminología se encuentra en
la escuela llamada «Cartográfica» o francobelga, que con autores tales como Quetelet y
Guerra, examina los movimientos en las tasas de delito en largos lapsos y pretende
vincular los movimientos en los guarismos, con cambios económicos, políticos o
culturales. Esta posición teórica sería obviamente acentuada -en el siglo XIX- por los
primeros autores de orientación socialista, que ven la base de todo delito en los defectos
de la infraestructura social y en las desigualdades socio-económicas conexas a ella.
Se atribuya el mérito del nacimiento de la Criminología a Lombroso por un lado
o a Quetelet y Guerry, por el otro, lo cierto es que a fines del siglo XIX, en especial en
los Congresos de Antropología Criminal, se señalan los dos extremos del continuo
causal; para algunos, el delito deriva principalmente de anormalidades basales del
delincuente, para otros, la causación social es la predominante. Entre ambos extremos
del continuo ha de surgir una orientación psicológica, que subraya peculiaridades del
delincuente en el ámbito psíquico, con relativa prescindencia, en tales peculiaridades, de
la base biológica o sociológica.
La Escuela Positiva nace como una reacción a la Escuela Clásica. De origen italiano,
acusa a los clásicos de descuidar a la figura del delincuente por realizar solo una
conceptualización dogmática y lógica, puramente basada en el Derecho. Esta nueva
visión provocó un cambio de método en el estudio del delincuente, el medio, el delito
y de las posibles soluciones que podían aportar los avances científicos del momento,
que tenían como base las ideas evolucionistas.
Cesare Lombroso con su concepción del Hombre Criminal (1876) da los fundamentos
de la aplicación del Positivismo Biológico, en el contexto del evolucionismo, a la
Ciencia del Crimen. Lombroso consideraba al delito determinado por causas
biológicas, originadas principalmente en razones hereditarias, luego Garofalo en su obra
Criminología (1905) pondrá el acento en el aspecto psicológico, mientras que Ferri lo
hará en el sociológico en su Sociología Criminal (1900).
La escuela “antropológica”, conocida por escuela italiana o lombrosiana, fue en su
primera época un tanto unilateral, atribuyendo escasa importancia a los factores
sociales. Pese a las severas críticas dirigidas a Cesare Lombroso, muchas de las hipótesis continúan teniendo vigencia, tanto en biología, como en neurología,
neuropsicología, conductología general o criminología.
El año 1923, Benigno Di Tullio elogiaba al maestro reconociendo su anticipación
conceptual, “El genio de Lombroso entrevió esta unidad psico-física, la sostuvo y la
hizo la base de su doctrina que cada vez más se afirma entre la respetuosa consideración
de los estudiosos de todo el mundo” escribe. ¿Cómo interpretar este testimonio
avanzado en el siglo veintiuno? La referencia lombrosiana supone una inequívoca
invocación morfológica, la cara sigue siendo el espejo del alma pero de un ánima
encerrada en un cuerpo hodierno gobernado por la fisiología y el sistema nervioso
simpático. La relación cuerpo-mente aludida por Di Tullio no es la remembranza
atávico-determinista de anteayer, sino el biotipo morfológico-endocrino elaborado
entonces por el médico Nicola Pende, como fórmula gnoseológica para materializar la
psiquis. Aplicada al delito, la endocrinología, proponía Pende, está llamada “a proyectar
una nueva luz que aclarará muchos puntos hasta ahora obscuros de la doctrina
lombrosiana”. El delincuente sigue siendo un rehén de los signos, y en la metodología,
como reconoce Giuseppe Vidoni, resuena el compás del odiado lombrosianismo, pero,
aunque el objetivo de la moderna Escuela Criminológica Italiana continúa siendo
determinar las leyes que rigen la componente morfológica del delincuente, lo hace sin
olvidar “las condiciones externas, que pueden obrar sobre él y pueden explicar partes no
insignificantes de su comportamiento”.
Di Tullio, hacia 1940, destacó la frecuente presencia de determinadas deformidades,
craneales y faciales, por una parte y desórdenes de conducta por otra, entre los
criminales, mencionando la macrocefalia, la microcefalia, entre otras.
Este autor, se configura como el representante más ortodoxo del neo-lombrosianismo,
desde el momento en que crea su “constitución delincuencial”, cuyo origen atribuye a
una particular estructura del delincuente en su personalidad y la presencia de especiales
características que llama fisio – psíquicas, “capaces de favorecer el desenvolvimiento de
reacciones criminosas, incluso en ocasiones de circunstancias a estímulos exteriores
insuficientes”.
Es un concepto de Benigno Di Tullio que el factor social, ambiental, nunca puede
influir sino hasta determinados límites y que siempre, el hecho “delito” está
determinado por una combinación de factores etiológicos que pueden señalarse como
constitucionales o condicionales.
Define la predisposición al delito como “el conjunto de condiciones orgánicas y
psíquicas, hereditarias, congénitas o adquiridas, que disminuyen la resistencia
individual a los estímulos criminosos y que favoreciendo el desenvolvimiento de
tendencias y actitudes antisociales o delictuosas, tornando criminosas las causas que por
sí serían inactivas, esto es, incapaces de producir eventos delictuosos”.
De su obra “antropología Criminal” se destaca una relación existente entre “biología y
crimen”, crea una antropología criminal que tendrá para Di Tullio dos momentos: 1)
La fase lombrosiana, y 2) La fase postlombrosiana. En la fase lombrosiana predominan
las indagaciones morfológicas y fisiognómicas; en la fase postlombrosiana a los aportes
netamente antropométricos se añaden: 1) los de las correcciones biotipológicas; 2) los
de la endocrinología, y 3) los de la biopsicopatologia Neolombrosiana.
Se acentúa el examen clínico y psicofisiológico del delincuente. En base a esta postura
se establecen tres formas de constitución delincuencial:
LA NEUROPSICOPÁTICA.
LA PSICOPÁTICA
LA MIXTA
Esta clasificación anterior no toma el factor medio ambiente. Para Di Tullio, la herencia
no es factor de delito, habla de proclividad, de inclinación al delito o predisposición
biológica al delito. La predisposición biológica al delito es un conjunto de elementos,
tanto psíquicos como orgánicos, que hacen que disminuya la resistencia al delito.
BENIGNO DI TULLIO la define como la ciencia de las conductas antisociales y
criminales basadas en la observancia y el análisis profundo de casos individuales,
normales, anormales o patológicos. Esta corriente intenta dar una explicación integral a cada caso, considerando al ser humano como una entidad biológica, psicológica, social
y moral. Hay que averiguar en cada caso, cuales de estas circunstancias hacen que la
persona cometa un delito. Se dice que proviene de LOMBROSO.
La Endrocrinología Criminal, con Nicola Pende, Manfred Bleuler, Benigno Di Tullio,
etc., vincula delito con disfunciones de las glándulas de secreción interna, esto es con
una alteración funcional del sistema neuro-endocrino. La tesis cobra máximo desarrollo
en las décadas del 30 y 40 y aún posee prosélitos. Para ella: ciertos delincuentes,
proposición más avanzada, tienen un «tipo endocrino» especial; para otros, ciertos
delitos, proposición más admisible, pueden provenir, en sujetos normales, de
desórdenes endocrinos atribuibles a tumores o aplicación intempestiva o excesiva de
hormonas.
Llegado a este punto, me detendré a considerar una de sus obras fundamentales, al
valorar la conducta criminal; “Principios de Criminología Clínica y Psiquiatría
Forense”; puntualmente me referiré a determinados apartados que como galeno en el
campo forense, considero son de sumo interés destacar.
Tal cual lo afirma Di Tullio en esta obra, el continuo progreso de los estudios sobre
varios problemas de la constitución, del temperamento y del carácter han permitido
desarrollar una nueva y compleja ciencia, “la ciencia de la persona humana”. Esta se
funda sobre el concepto de la persona total, o sea sobre un concepto que responde
coetáneamente a toda exigencia naturalística y filosófica al mismo, principio tomístico
por el cual el hombre es un compuesto unitario cuerpo-alma, formando una única
sustancia, mientras esté vivo.
En sus consideraciones acerca de la Antropología Cultural y la Criminología Clínica, Di
Tullio destaca, que el problema de las relaciones entre el individuo y su cultura ha sido
siempre considerado como de gran importancia por los investigadores de la
criminología, y especialmente de la sociología criminal. Para estos, el fenómeno
criminal se presenta generalmente como expresión directa de las distintas condiciones
sociales en que vive el individuo, y precisamente, de las distintas condiciones culturales,
económicas, políticas y morales, que se encuentran en los varios pueblos en sus
vicisitudes mutables de bien y de mal, de progreso y retroceso.
Subraya que el estudio de la personalidad constituye uno de los aspectos más
importantes, por cuanto se cree necesario conocer cómo el individuo llega a ser portador de cultura, y por que motivos, en determinadas circunstancias, llega a abandonar ese
papel pasivo para convertirse en factor activo de cambios culturales. Resalta para la
criminología clínica, el interés en la investigación del modo en que se realiza en el
individuo el llamado proceso de culturalización, o sea de adquisición de todo lo que
constituye la cultura, entendida como el conjunto de las costumbres, las creencias, los
conocimientos, las ideologías, las normas y los valores que pertenecen a la sociedad, de
la cual el individuo es miembro. Es interesante destacar, un concepto del autor, respecto
al proceso de culturalización, este se realiza en el individuo en relación con todas las
demás exigencias de la vida social. De lo que se deduce que cada vez que se haya de
buscar el motivo por el cual el individuo presenta fenómenos de desadaptación, por los
que llega a caer en distintas formas de conducta antisocial y criminal, es necesario
considerar también el aspecto cultural de su desadaptación. Resulta interesante notar,
que para la antropología cultural, son especialmente las experiencias infantiles las que
adquieren suma importancia respecto a lo que se define como la personalidad básica,
aquella que es propia de los individuos de una determinada sociedad, y que está
caracterizada por cierto estilo de vida en armonía con el cual se organizan los
individuos. Se podría afirmar que la antropología cultural, como la psicología social,
debe ser ampliamente utilizada en el estudio de la criminalidad; pero siempre con un
criterio clínico, que se refiera a la necesidad de estudiar la persona humana en todos sus
aspectos, y como compuesto unitario en el cual las fuerzas hereditarias y adquiridas,
biológicas y psicológicas, sociales y culturales, se encuentran estrechamente unidas
entre sí, por lo que solo el estudio detenido del caso particular puede hacer conocer la
real importancia que corresponde a los distintos factores de la criminalidad.
Cuando Di Tullio, se refiere a Las Causas de la Criminalidad, jerarquiza la importancia
que para la Criminología Clínica presentan los distintos problemas de la ciencia de la
persona humana, de la personalidad y de sus varias acciones caracterológicas, de la
psicología social y de la antropología cultural, de la personalidad psicopática, de las
reacciones anómalas, de los desarrollos psicopáticos, de las neurosis, de las
enfermedades mentales, en la etiología de la criminalidad. Por todo ello, destaca el
concepto que en el campo de las causas de la criminalidad, todo fenómeno criminal es
siempre la expresión de un complejo de factores causales, en los que se encuentran
factores individuales y ambientales, estrechamente unidos entre sí. Interesantemente,
introduce el concepto de “graduabilidad” de las actividades humanas, los factores
biológicos y sociológicos de la delincuencia obran en relación inversa, en el sentido de que, cuanto más alto es el valor de los primeros, tanto menor lo es el de los segundos.
Por tal motivo, hay un delito de naturaleza predominantemente ambiental, como los de
tipo ocasional; y delito de naturaleza principalmente biológica, como los de tipo
constitucional o patológico.
Cuando se refiere a las causas biológicas de la criminalidad, Di Tullio las divide en
distintas etapas, a saber: previas a la concepción, durante la concepción, durante el
embarazo, durante el parto y posterior al nacimiento. Si nos detenemos en la primera etapa, aparece la relación herencia-criminalidad, en donde se genera una fuerza bio-
psicológica modificable por el ambiente. Resulta claro que el estudio de la personalidad del delincuente debe iniciarse siempre con una rigurosa investigación sobre los
antecedentes hereditarios. De su larga experiencia, afirma que en la historia de los
criminales culpables de delitos particularmente graves, se encuentra con gran
frecuencia, precedentes hereditarios de alcoholismo, de enfermedades mentales, de
tuberculosis y de sífilis. Pero puntualiza, una delicada tarea es tratar de encontrar el
nexo de causalidad entre dichas enfermedades y la criminalidad; por ello el problema a
resolver desde el punto de vista clínico, es siempre establecer, en cada caso, qué precisa
influencia han tenido los factores hereditarios respecto a la criminalidad. Di Tullio
como otros autores, consideran que no se puede excluir una transmisibilidad hereditaria
de la predisposición a la criminalidad, la cual se entiende como aquella posibilidad,
mayor de llegar a ser criminal y no como una predestinación, dado que también el
destino de tal predisposición está ligado estrechamente a las condiciones ambientales en
que el individuo vive y se desarrolla. Los factores hereditarios y ambientales obran
siempre juntos, y su acción es comprensible solo si se admite una recíproca acción de
influencia.
El autor, un profundo conocedor de la fisiopatología del sistema nervioso central, ya
hacia los años cincuenta hablaba de conceptos que hoy son fundamentales al hablar de
determinadas patologías, como es el concepto de alteraciones neurohormonales o
neuroendócrinas. Así podemos observar detallado en su obra, “que a propósito de de las
causas biológicas de la criminalidad, pueden recordarse todos los procesos y todas las
alteraciones bioquímicas y disfunciones vegetativas hormonales y nerviosas, que dan
lugar a perturbaciones de la actividad instintiva, de la afectividad, de la inteligencia y de
la voluntad. Siendo preciso tener presente que, en ciertos casos, estas perturbaciones
pueden ser la consecuencia del mismo estado emotivo o perturbación afectiva
provocada por los comunes estímulos criminógenos.
Di Tullio, afirma que la predisposición a la criminalidad es la expresión de un complejo
de condiciones orgánicas y psíquicas, hereditarias, congénitas o adquiridas, que
acentuando las fuerzas naturales instintivas, egoístas y agresivas y debilitando las
inhibitorias, hacen particularmente proclive al individuo a llegar a ser un criminal,
también bajo la influencia de estímulos que quedan debajo de la línea operante sobre la
masa de los individuos. Estrechamente ligado al fenómeno de la predisposición, está el
de la receptividad criminal que, por analogía a todas las demás receptividades
biológicas, señala el predominio criminógeno de atributos temperamentales y de rasgos
caracterológicos, sobre aquellas resistencias que se asignan a la personalidad de
evolución media; o sea la existencia de una particular inclinación o aptitud individual a
“recibir” y a “elaborar”, de modo criminógeno, los estímulos, tanto de origen endógeno
como exógeno. Es interesante destacar lo referido por el autor, en base a que el
conocimiento de los fenómenos de la receptividad criminal y de la predisposición
criminal sirve para aclarar mejor el mecanismo del desarrollo de la criminalidad de
aquellos sujetos que, más fácilmente que otros, llegan a ser criminales reincidentes,
habituales y profesionales. De esta manera, se confirma, la necesidad de
“individualizar” al máximo toda investigación dirigida a la reconstrucción histórica y
biopsicológica de cualquier delito. Finalmente, señala que cada vez que se afronta el
problema de las causas de la criminalidad es necesario buscar, junto a los factores
predisponentes, aquellos que actúan como factores preparantes y desencadenantes de la
criminalidad misma.
Al analizar los Causales Ambientales de la Criminalidad, Di Tullio se refiere a que no
puede existir una conducta antisocial y delictiva que no esté coetáneamente ligada tanto
al individuo como al ambiente, del mismo modo que no puede existir conducta humana,
que no sea siempre expresión, tanto de factores individuales como ambientales.
Deberá comprenderse, siempre que se considere que todo hecho externo, para poder
llegar a ser factor causal de un fenómeno criminal, debe ser aceptado por el individuo y
por él conservado y transformado en hecho interno, y por ello, en un motivo de obrar en
sentido criminal. Se reconoce, cada vez de manera más coincidente, que todo factor
social, antes de obrar sobre la conducta individual, debe llegar a ser un motivo aceptado
por la personalidad e interiorizado. Y ya que todo este complicado proceso de
transformación del ambiente, por factor interno o externo, y por ello, también
interiorización y de elaboración, varía según la particular sensibilidad receptiva y la reactividad individual, es evidente que cualquier fenómeno delictivo ha de ser
coetáneamente influenciado, también por tales elementos subjetivos individuales.
Así, estos conceptos deberán ser tenidos en cuenta, cada vez que se afronte el problema
referente a las relaciones entre ambiente y delito, ya que son indispensables a los fines
del conocimiento, de la génesis y de la dinámica de los fenómenos criminales comunes.
El autor, se manifiesta de la siguiente manera cuando se refiere al ambiente en el campo
criminológico, es necesario, considerar que existe un ambiente estable otro de tipo
contingente, pasajero, episódico, accidental, ligado especialmente a las vicisitudes del
momento; que existe un ambiente que se refiere al desarrollo de la personalidad del reo,
y otro que se refiere al complejo de las circunstancias que acompañan al suceso
criminal. Destaca, la necesidad de considerar los varios aspectos del ambiente: los
naturales, esto es el clima, las condiciones geológicas, las variaciones atmosféricas, etc.,
que pueden influir, más o menos fuertemente, sobre el estado de salud individual; los
higiénicos, entre los cuales recordamos la alimentación, la habitación y las condiciones
de espacio, de luz, de aire, en los cuales el individuo vive y se desarrolla; y los sociales,
referentes a las condiciones económicas, culturales, políticas, espirituales, etc. También
es parte del ambiente el complejo de las condiciones étnicas, esto es, de las tradiciones,
de los usos, de los trajes, de los convencionalismos, de los hábitos y de las costumbres,
que como es sabido, tienen siempre una gran influencia sobre el desarrollo psíquico y,
por ello, también moral del individuo y de la comunidad.
Por todo esto, es evidente que el estudio de las causas ambientales está siempre
estrechamente ligado al de las causas bio-psicológicas de la criminalidad. Los factores
ambientales no tienen nunca un valor criminógeno autónomo, estando su influencia
siempre subordinada a la constitución del individuo sobre el cual actúan.
Di Tullio, al considerar la influencia del ambiente, recuerda un concepto de Exner, este
autor cree oportuno precisar que el ambiente en el cual se vive depende, en buena parte,
de la misma estructura psíquica y voluntad individual. Así, como los jóvenes, desde la
infancia, eligen compañía, según sus propias inclinaciones, el hombre, al contraer
matrimonio, al elegir la profesión, al establecer relaciones con los otros individuos y
grupos sociales, al desenvolver la propia actividad cultural y hasta al elegir las propias
diversiones, se deja guiar, además de por las circunstancias y vicisitudes de la vida, por
las propias tendencias, aptitudes e inclinaciones.
El individuo contribuye siempre, con la propia personalidad, tanto a la formación del
propio ambiente como a la propia adaptación al ambiente mismo.
Un interesante detalle considera Di Tullio, fruto de su vasta experiencia criminológica,
cuando se refiere a que hay individuos que aceptan serenamente su vida en un estado de
miseria, y cada vez que tienen necesidad de combatirla, recurren habitualmente a
medios lícitos y correctos. Mientras otros, por el contrario, cada vez que se encuentran
en estado de necesidad, adoptan actitudes de protesta, de rebelión y cometen delitos
contra la propiedad. Por todo ello, el autor reflexiona al decir, que no es la necesidad,
por si misma, la que provoca la criminalidad, sino el modo con que el individuo
reacciona ante ella, según su propia personalidad.
Destaca, el rol de la familia, como una causa ambiental de la criminalidad, considerando
que ella es cuna de la personalidad humana; destaca la gran importancia que adquiere la
familia, toda vez que en ella se verifican fenómenos de desunión, de carencia o de
disociación. Interesantemente, acentúa que la madre, es considerada la mayor
responsable del proceso formativo, y por tanto, educativo del niño.
Finalmente, el autor repite, que el pertenecer a una subcultura condiciona una
percepción diferencial del ambiente, que facilita el desarrollo, la represión o la
modificación de algunos rasgos de la personalidad, que conducen a conductas
aceptables e incluso deseadas por la subcultura misma, pero que no son rechazados y
penalizados por la sociedad mas amplia a la que esta pertenece.
A modo de conclusión, sobre las causas biológicas y ambientales de la criminalidad,
resulta evidente que se trata de un complejo de nociones, “la caracterología, la
personalidad psicopática, las reacciones anómalas, las evoluciones psicopáticas, las
enfermedades mentales”, teniendo siempre presente que cada caso es diferente de los
otros y que, el mecanismo mediante el cual actúan los varios factores causales es
generalmente, complejo y no siempre de fácil valoración.
Esto ocurre, porque la personalidad humana constituye una unidad vital, en la que todo
se desenvuelve mediante un vasto y profundo sistema de interestimulaciones, de
correlaciones, de excitaciones recíprocas, de antagonismos, de inhibiciones, o sea de
fenómenos que pueden ser puestos de relieve o interpretados, solo mediante un riguroso
examen clínico del sujeto.
Cuando Di Tullio se manifiesta sobre Criminogénesis, señala que todo fenómeno
criminal es, ante todo, una forma de conducta, un modo particular de comportarse,
cuyos diversos motivos hay que buscar y conocer.
Según las más modernas escuelas psicológicas, toda conducta está motivada y toda
acción, toda conducta humana, puede ser analizada en el plano de la motivación. Los motivos pueden ser concientes e inconcientes, se manifiestan bajo formas de tensión y
tienen origen, preferentemente, en fuerzas instintivas.
Se refiere, a que el estudio científico de las motivaciones en el campo psicológico está
dirigido a buscar el porqué de las acciones humanas, partiendo del concepto de que, en
presencia de estímulos iguales, individuos aparentemente iguales reaccionan de modo
diverso, con distintas formas de conducta, que van de la conducta normal a la anormal y
a la patológica.
Las condiciones socioculturales y las presiones de grupo no bastan para explicar las
diversas formas de conducta criminal. La investigación criminológica clínica ha
reconocido siempre el valor de las investigaciones de los motivos de la conducta
criminal. Así, se habla de motivos conscientes, que se identifican con los fines y las
metas, y motivos inconscientes, que obran sobre la conducta, sin que el individuo tenga
conciencia de ello.
Describe una ley fundamental para el estudio de la conducta humana; la de su
plurimotivación, esto es, ningún motivo por sí solo puede determinar un tipo de
conducta.
La ley de la canalización de los motivos, que consiste en el proceso mediante el cual los
motivos generales tienden, sobre la base de repetidas experiencias, a ser satisfechos más
fácilmente, de modo específico, mediante la acción de un específico estímulo. Este
proceso, está siempre subordinado a la estructura psicológica particular del individuo.
Así, mediante tales leyes, obran las distintas fuerzas sociales sobre la personalidad de
los sujetos, favoreciendo el desarrollo de reacciones conforme a esquemas culturales
predominantes.
Hay otras características de la conducta motivada, como ser la persistencia, la
variabilidad y la descarga emotiva. Esta última, es la que nos interesa, dado que sirve
para explicar la razón por la cual el individuo dominado por una fuerte motivación, si
encuentra dificultad en la consecución de un fin, puede llegar a reaccionar mediante
manifestaciones de ira y de agresividad.
Di Tullio, destaca el siguiente concepto, toda conducta humana de adaptación
presupone movimientos y complejas experiencias de movimiento, en forma directa o
indirecta, en el mundo interno y en el mundo externo. Así, todo proceso de socialización
debe constituir, por tanto un proceso de progresiva integración del individuo al
ambiente social. Pero, habrá sujetos más dispuestos o menos dispuestos que otros a socializarse, como consecuencia, siempre de la estructura de su carácter y del grado de
evolución alcanzado por toda su personalidad.
Reflexiona, que según la doctrina psicoanalítica, la primera fase del desarrollo emotivo
del hombre está caracterizada por lo que los psicólogos clínicos llaman el principio del
placer. Todo retraso o falta de aquellas satisfacciones que el individuo considera
indispensables puede generar en él una actitud de desconfianza hacia el mundo exterior,
por lo cual, dicho mundo se convierte en motivo de inseguridad, de amenaza e incluso
de agresión. Según el autor, una alteración en dicho principio puede condicionar la
génesis y la dinámica de fenómenos criminales.
Siguiendo, con una línea psicoanalítica, Di Tullio se refiere al estudio de la
estratificación del yo, lo que permite afirmar la existencia en todo hombre de un yo
profundo, en el cual se encuentran impulsos y tendencias egoístas y agresivas siempre
prontas a transformarse en impulsos y tendencias antisociales y criminales; y lo que
permite comprender mejor la conducta de los hombres considerados normales, siempre
que llegan a encontrarse libres de todo control social, y especialmente en los momentos
de más grave perturbación de la vida social. Así, con gran frecuencia, muchos
individuos normales, en dichas condiciones se comportan como si en ellos se verificase
una irrupción de instintos profundos primitivos, antisociales; por lo cual se hace posible
toda actividad predatoria, erótica, sanguinaria, tanto más fácil y tanto más intensamente
cuanto más aparezca su personalidad profunda predominantemente estructurada por
fuerzas instintivas egoístas y agresivas.
Interesantemente, el autor subraya, que debe reconocerse que el hombre medio
considerado normal, no es el verdaderamente bueno y verdaderamente virtuoso, sino
solamente el que tiene suficiente y constante capacidad de adaptarse a las exigencias de
la vida social y de comprender el valor de las propias acciones, especialmente en
relación con las leyes morales codificadas, que , como es sabido, obran solamente en el
campo de las acciones, esto es, del externo actuar humano, y no sobre las intenciones y
propósitos. Comprender la íntima esencia de todo proceso criminógeno, debe
necesariamente llevara conocer ese mundo misterioso, pero esencial para la vida
psíquica de todo hombre, que está representado, precisamente, por el inconsciente.
Resulta evidente, que siempre el estudio del hombre y de su conducta, realizado fuera
de todo perjuicio y con los métodos que son propios de las ciencias biopsicológicas,
debe ser la base de las distintas investigaciones encaminadas a buscar la génesis de los
fenómenos criminales. Y esto porque, aún siendo siempre múltiples los factores de cualquier fenómeno criminal, esto es siempre la expresión de un proceso de alteración y
de transformación de la persona humana, caracterizado por una acentuación de la
criminalidad latente y por una debilitación de la capacidad de resistencia, o sea, de un
proceso siempre más o menos fuertemente contrario a los intereses de la comunidad, por
cuanto se concreta, habitualmente, en un fenómeno de agresividad o de desbordamiento
del propio yo.
Con todas estas consideraciones Di Tullio, justifica plenamente el convencimiento, de
que la criminogénesis está, generalmente, ligada a un complejo de fenómenos y de
motivos que se refieren bien al temperamento, al carácter individual; y que por tanto, se
precisa admitir la existencia de una bio-criminogénesis y de una psico-criminogénesis.4
BIO-CRIMINOGENESIS
En este punto, el autor considera la relación que puede hallarse entre la herencia y la
criminalidad, de modo particular, según las más recientes nociones de genética médica
(año 1950); que pueden heredarse, no solo estados morbosos, sino también anomalías y
formas variadas de predisposiciones, que forman, después el núcleo vital de la
personalidad individual. También subraya, que la génesis de la conducta antisocial y
criminal puede encontrarse en el fenómeno de la herencia, debiendo ser considerada de
una naturaleza biológica.
Desde un punto médico, esta génesis biológica se encuentra en todos los casos en los
que puede afirmarse que el individuo ha sufrido procesos morbosos relativos,
especialmente, al sistema nervioso, en el momento mismo de su concepción, durante el
desarrollo embrio-fetal, en el momento del nacimiento y después de él. El autor en base
a su experiencia señala que mediante un riguroso examen clínico, puede llegar a
conocerse que el criminal está afectado por consecuencias derivadas de procesos
patológicos cerebrales o por variadas disfunciones del sistema nervioso, que han
provocado perturbaciones, más o menos graves, del proceso evolutivo y formativo de su
personalidad.
Interesantemente, cita a un autor llamado Verdoux, quien observó en los exámenes
electroencefalográficos de criminales, especialmente reincidentes, alteraciones o rasgos
que son casi constantes en sujetos con alteraciones psíquicas y en psicópatas.
Di Tullio, enfatiza, que se comprende fácilmente la razón de muchos autores
contemporáneos de esa época, que en un número creciente, vayan reconociendo la
utilidad y la importancia de la doctrina de la constitución delincuencial; coincidiendo
cada vea más, la existencia de una predisposición a delinquir, estrechamente ligada a una constitución y a un carácter, criminales. Como en todo campo de las ciencias
médicas y psicológicas, también en el de la criminología es necesario, dar una
importancia cada vez mayor al factor constitucional, que puede ser designado como
“terreno”.
Es de su creencia, que la investigación y la valoración de la influencia de tal terreno
constituye una de las tareas más importantes de los estudios criminológicos modernos.
Se deduce que el fenómeno de la criminogénesis, especialmente cuando se refiere a los
fenómenos criminales más graves, puede estar ligado a un complejo de procesos
biológicos, bioquímicos, hormonales, neurovegetativos, psíquicos, que obran, a veces,
como factores causales predisponentes y, a veces, como factores causales preparantes
del delito.
En el mismo campo de la predisposición debería incluirse, según Di Tullio, todas
aquellas condiciones fisiopsíquicas, más o menos persistentes, que determinan una
escasa resistencia del individuo a los impulsos criminógenos, por cuanto se traducen en
un fenómeno de inmadurez predominantemente afectiva, o en procesos psíquicos
particulares, que hacen el fenómeno delictivo como connatural a la personalidad misma
del delincuente.
Es evidente, por lo tanto, que cuando se habla de predisposición al delito y de su
importancia en la criminogénesis, se deberá referirse a todas las condiciones orgánicas y
psíquicas del individuo, que directa o indirectamente, facilitan el desarrollo de
impulsiones instintivas y de disposiciones afectivas criminógenas, quedando, sin
embargo, siempre bien claro el concepto de que sobre tales disposiciones, vienen
después a obrar otros numerosos factores, endógenos y exógenos, que tienen la tarea de
transformar tales condiciones predisponentes en fenómenos mucho más complejos,
como son los que se encuentran, generalmente, en la dinámica de los fenómenos
criminales comunes.
Di Tullio, insiste convencido, de que los fenómenos de inmadurez biopsicológica se
completan, habitualmente, con una más o menos destacada predisposición a una
conducta antisocial y criminal.
Menciona que según algunos autores, entre las anormalidades psíquicas, más
frecuentemente halladas en criminales, se encuentran variadas formas de desequilibrio
mental, de inestabilidad emocional, de debilidad intelectual, de inmadurez afectiva y
volitiva, de impulsividad, de psicopatía en general, o sea en fenómenos de tipo
predominantemente estable. Para él, la gran mayoría de los delincuentes presentan anomalías temperamentales y caracterológicas, que actúan, generalmente, como factores
causales predisponentes al delito.
PSICO-CRIMINOGENESIS
El autor señala, que en lo referente a psico-criminogénesis: la idea esencial a seguir es la
de considerar la conducta criminal en la medida de la conducta humana, esto es, el
conjunto de las acciones materiales y simbólicas a través de las cuales un organismo,
situado en un determinado ambiente, tiende a resolver los distinto problemas y a realizar
los distintos intereses, mediante procesos psíquicos estrechamente ligados a los sistemas
psico-somáticos que determinan las adaptaciones originales de cada individuo al propio
ambiente.
Por lo tanto, en este sentido, cada investigación sobre la psico-criminogénesis debe
tener en cuenta todos los aspectos de la persona humana y todas las recíprocas
influencias que se establecen en cada caso, entre procesos biológicos y disposiciones
constitucionales, de un lado, y condiciones ambientales y sociales, por otro.
Interesantemente, destaca que en el campo de la psicología criminal, es necesario, evitar
hacer “psicologismo”, para orientar cada vez más decisivamente el estudio de la
conducta y de la personalidad individual hacia un criterio clínico, encaminado a conocer
todos los aspectos de la personalidad, morfológicos, fisiológicos y psicológicos, y todas
las causas biológicas y sociológicas de la conducta criminal. Este criterio clínico se
impone, por el hecho de que la personalidad de los criminales es siempre distinta de una
caso a otro.
Es de particular interés, para la psico-criminogénesis la interpretación de las distintas
relaciones que se establecen entre constitución y ambiente, entre disposiciones
individuales y estímulos criminógenos, y el mecanismo mediante el cual las
disposiciones y las tendencias se dejan influenciar, en sentido criminógeno, por las
circunstancias ambientales; así como el conocimiento, cada vez más profundo, del
modo por el cual la personalidad se adapta a las distintas exigencias del ambiente, se
socializa y se identifica con los métodos de vida y con las creencias y valores de su
grupo.
Es importante, destacar como elementos psicocriminogenéticos a todos los procesos
psíquicos que llevan a un egocentrismo exagerado, a una escasa consideración de los
otros, a una tendencia, más o menos destacada, al narcisismo, a un defecto del
sentimiento de responsabilidad y a creerse demasiado fácilmente inocente o demasiado
injustamente castigados. No menos importantes son los que pueden ser considerados sintomáticos de una inmadurez psíquica, por la cual hay escasa capacidad de renunciar a
la inmediata satisfacción de los propios deseos, incluso cuando haya peligro de una
sanción, insuficiente control de la propia vida emotiva, debilidad de juicio o de crítica.
Pero todos estos elementos, nuevamente, no bastan por sí solos a explicar el desarrollo
de los diversos fenómenos criminosos.
Para comprender la acción criminal, es necesario estudiar y conocer todo el hombre, en
todos sus variados aspectos y en todas sus manifestaciones dinámicas, intraindividuales
y extraindividuales; por lo que el problema de la criminogénesis no puede ser nunca un
problema solamente psicológico, sino que es siempre un problema biológico,
psicológico y sociológico, conjuntamente.
Se destaca como necesario reconocer que, para la criminología clínica, es siempre
necesario buscar, caso por caso, los motivos por los que tales sentimientos, tales
conflictos, etc., que se encuentran habitualmente en la base de muchas formas de
conducta humana, asumen en algunos individuos y en determinadas circunstancias
solamente, aspectos y decursos capaces de transformar tales conductas, de normales en
criminales.
Di Tullio, pondera, que tanto él como sus colaboradores, creen que todos los procesos
de transformación de la personalidad psíquica deben ser considerados, siempre, dentro
del cuadro de complejos fenómenos psicosomáticos, que se traducen, principalmente, en
una perturbación, más o menos grave, de la afectividad, y a cuyo desarrollo pueden
contribuir las más variadas circunstancias ligadas, bien a la particular estructura de la
personalidad del delincuente, que queda siempre en el centro de todo proceso
criminógeno, bien a las condiciones del ambiente, en general, y del ambiente del delito,
en particular. Señala, a este respecto, que también varios investigadores de la socio
criminogénesis reconocen, cada vez más coincidentemente, que es estudio de las causas
sociales de la criminalidad no se pueden separar de de las causas biopsicológicas.
Merece destacarse que, al referirse al nombre de ambiente del delito, el autor cree,
además que debe reconocerse, cada vez con mayor importancia a todo lo que se refiere a
la conducta de la víctima, dado que entre los diversos dinamismos de los fenómenos
criminales comunes, una parte más o menos importante corresponde, siempre, a los
procesos psíquicos que están más directamente influenciados por las reacciones
particulares que se establecen entre el criminal y la víctima. Recalca, que su
experiencia, señala muy claramente que entre los criminales y la víctima se desarrollan,
en general, distintos procesos psíquicos, de atracción y de repulsión, de recusación o de rebelión, de pasividad o de provocación que, obrando en sujetos que ya se encuentran en
estado de perturbación afectiva y, más precisamente, bajo la influencia de sentimientos
de ira, de cólera, de miedo o de excitación, más o menos grave, que envuelven toda la
personalidad, pueden contribuir, notablemente, al desarrollo de reacciones anómalas y
violentas.
Oportunamente, suscribe que las distintas doctrinas psicoanalíticas pueden tener una
importancia mayor en lo referente a la psico-criminogénesis.
Por otro lado, es importante resaltar, que para la criminogénesis se hace necesario
recordar que toda forma de conducta puede también considerarse como una respuesta a
la particular relación que viene a establecerse entre el hombre y su mundo, entre el
hombre y los otros, entre el hombre su pasado y su futuro.
Al referirse a la psicología fenomenológica, discurre en que el criminal en el momento
del delito es empujado a vivirlo, a identificarse con él, tan profundamente, que llega a
ponerse fuera de la realidad hasta el punto de no sentir ni aún la acción intimidatoria de
la Ley, de aquí la necesidad, según el autor, de tener también en cuenta el aspecto
subjetivo del delito y la culpabilidad individual si se quiere evitar el valorar y juzgar
erróneamente la conducta del delincuente.
Este autor, ha sostenido siempre que la acción de los estímulos criminógenos está
siempre subordinada a la particular sensibilidad individual y especialmente a la en que
se encuentra el individuo al momento del hecho delictivo.
A este respecto, es interesante subrayar lo expresado por Di Tullio, “porque hemos
creído señalar con el concepto de subjetividad todo lo que hoy es designado bajo el
nombre de subjetividad, de lo que se deduce que las modernas nociones de la psicología
fenomenológica han sido claramente intuidas y aplicadas por la Escuela de
Antropología Criminal hace más de treinta años”.
Tratando de llegar a conclusiones, podemos afirmar que la génesis de las conductas
antisociales y criminales se encuentra, generalmente, en una alteración cualitativa y
cuantitativa de las fuerzas instintivas fundamentales, esto es, de los instintos de
conservación, de reproducción y de relación, en los cuales tienen origen fenómenos
anómalos de egoísmo, de erotismo y de agresividad. Las alteraciones de dichas fuerzas
instintivas pueden depender, tanto de procesos prevalentemente biológicos (bio–
criminogénesis), o de procesos predominantemente psíquicos (psico-criminogénesis).
Meritoriamente, Benigno Di Tullio, médico psiquiatra y criminólogo clínico,
neolombrosiano desarrolla su obra bajo la obvia perspectiva biológica y psicológica,
pero sin desconocer el rol que tienen otros factores o variables en la génesis del delito.
Independientemente de ser considerado un neolombrosiano, se observa en su obra
criminológica la influencia de otras vertientes de la criminología. Considera, la
necesidad de estudiar la persona humana en todos sus aspectos, y como compuesto
unitario en el cual las fuerzas hereditarias y adquiridas, biológicas y psicológicas,
sociales y culturales, se encuentran estrechamente unidas entre sí, por lo que solo el
estudio detenido del caso particular puede hacer conocer la real importancia que
corresponde a los distintos factores de la criminalidad.
Además de sus conceptos sobre una constitución antropología criminal, este autor
desarrolla el concepto del “constitución delincuencial”. Marca que todas aquellas
investigaciones encaminadas a poner de relieve los fundamentos biológicos y
psicológicos de la proclividad o predisposición a distintas formas de conducta antisocial
y criminal, deben considerarse de fundamental importancia para el desarrollo de los
conocimientos relativos al complejo fenómeno de la criminogénesis.
Se destaca en este autor también, un profundo conocimiento de la fisiopatología
cerebral, ya hablando en su época de las alteraciones neurohormonales o
neuroendocrinas, conceptos que en la actualidad han determinado un importante avance
en el conocimiento de muchas patologías en general, y en psiquiatría en particular, y por
ende han sentado base para muchos tratamientos, en este caso, neuropsiquiátricos.
Di Tullio, acentúa que los fenómenos de inmadurez biopsicológica se completan,
habitualmente, con una más o menos destacada predisposición a una conducta antisocial
y criminal. Enfatiza en que la gran mayoría de los delincuentes, presentan anomalías
temperamentales y caracterológicas, que actúan, generalmente, como factores causales
predisponentes al delito. Finalmente, razonablemente cree, que para comprender la
acción criminal, es necesario estudiar y conocer todo el hombre, en todos sus variados
aspectos y en todas sus manifestaciones dinámicas, intraindividuales y
extraindividuales; por lo que el problema de la criminogénesis no puede ser nunca un
problema solamente psicológico, sino que es siempre un problema biológico,
psicológico y sociológico, conjuntamente.
Delinquir es una expresión voluntaria de la
persona, siendo erróneo admitir que los trastornos hormonales configuren morfologías
representativas de tendencias antisociales. Establecida la conexión neuroendócrina, la
somatización delictiva ocurre en el cerebro canalizada a través del sistema nervioso
simpático: para que las tendencias criminales se manifiesten “es necesario que las
disfunciones neuroendócrinas produzcan en el individuo una particular constitución
cerebral, por lo general hereditaria, que prepare y favorezca la naturaleza criminal de los
mismos actos impulsivos” .Tal disposición neurológica es sólo un factor de riesgo, una
condición intrínseca favorable a la trasgresión, que puede manifestarse o permanecer
oculto en este laberinto mental durante toda la vida. El componente endocrino encierra
un factor criminógeno pero, en última instancia, el casualismo volitivo humano es el
único responsable del mal comportamiento. Compartiendo esta base científica, la
moderna antropología criminal desarrolla un diagnóstico diferenciado dirigido a
establecer una “biotipología criminológica” representativa de la individualización del
delito, orientada a la formulación del concepto de “constitución delincuencial”. Es una
realidad, el hecho de que algunos individuos que, aun viviendo en las mismas
condiciones ambientales que otros que no delinquen, cometen delitos más o menos
frecuentes y más o menos graves, en virtud de caracteres particulares estrictamente
relacionados con la estructura fundamental de su misma personalidad individual y, más
exactamente, con algunas especiales anomalías cualitativas y cuantitativas que se
refieren de modo particular a su vida instintiva y a las disposiciones intelectivas,
afectivas y volitivas que envuelven mayor dignidad evolutiva.
Para comprender un delito es necesario estudiar todos los factores relacionados con el
mismo y fundamentalmente la personalidad del delincuente. Refiriéndonos a la
personalidad decimos que se encuentra configurada por la biología, la psicología y la
sociedad. Dichos factores son los que deben estudiarse para comprender la conducta
criminal. No existe una personalidad típica del delincuente, pero sí, hay personalidades
que tienen en sus rasgos mayores posibilidades de cometer actos criminosos o
antijurídicos. Finalmente, es de destacar que los factores sociales, hoy inciden, tal vez
con mayor fuerza dado que la situación globalizada de las sociedades trae aparejada
mayor competitividad, marginación, desocupación, ha creado una sensación de vacío e
incertidumbre que en algunos casos, incide sobre una predisposición para obtener en
forma inmediata gratificaciones.
Omar Angel Gabrielli. Asesor Médico – SACC.
BIBLIOGRAFÍA: